Llegué a este trabajo nada más porque un día le compartí a mi amigui que me iba a inscribir para el examen de ATP, quesque quería ver de qué se trataba el asunto de la evalueichon y ella, que me da dos vueltas y media en lo que a mí se me ocurren cosas, me dio la grandiosa idea de hacer examen para jefa de enseñanza. Lo pensé unos minutos, y me contesté: «¡Va! Igual ninguna de las dos la voy a ganar, y para el siguiente examen me inscribo a secretaria de educación, juar juar»… Y así, alegremente me fui a ver cómo le hacía para cambiarme de examen. Ya no me acuerdo, creo que fueron los jóvenes de la UEEP los que me hicieron el trámite, la idea es que se logró.
No sé cuántas personas hicieron examen en el estado, me consta que hubo un profe a mi lado haciéndolo, no sé si seríamos los únicos. No me extrañó estar sola en el listado después de que, en el descanso, me dijo que le habían «metido una recia» con no sé qué sección. La idea es que fui la única que lo pasó, y lo pasé con el nivel más alto, que no resultado perfecto, pero ahí anduve más o menos bien.
Me sentí muy bien de haber logrado aprobar, después de que dudé tanto de haber contestado según la lógica extraña de ese examen del demonio. Obtuve el primer lugar en la lista de prelación… claro, fui la única que lo aprobó. De esta forma logré obtener un puesto al que se llega a una edad más avanzada y después de chutarse años lidiando con asuntos administrativos que nunca me interesaron. Suertudota.
Pues sí soy muy afortunada. Tengo un trabajo muy interesante y bonito, de veras, BO-NI-TO; que tiene muchas posibilidades de apoyo a las escuelas, y lo mejor de todo: que me permite ingresar a las aulas y volver a experimentar de cerca un grupo de pubertos en su máximo esplendor. Puedo observar, por un rato, la dinámica de las diferentes escuelas secundarias generales, las similitudes y diferencias en los estilos de cada directivo, en la calidad humana de cada una de estas personas.
Cada docente me recibe con reserva, con reclamos, con el cansancio de muchos años encima, con frustración y limitaciones auto impuestas; pero también con emoción y ganas de aprender de qué se tratan mis «ocurrencias», o por lo menos tolerancia y resignación.
Algunos se enroscan y desenroscan en la ocasión, en cómo y qué rápido y qué bárbara, cuántos años de servicio tienes, hiciste examen, te puedo impugnar, es que fue un error, es que tú qué me vas a decir, mocosa soberbia te robaste mi puesto. Hubo un error, mejor dicho, varios errores, por parte de todos los que se merecían más que yo el puesto y me lo pudieron haber ganado, su error fue no hacer su examen para conocer desde dentro el sistema nuevo, en lugar de «porque me toca y ya es mi tiempo y ahora sigo yo, etcétera». Ya no es así, qué pena.
Me gustaría quejarme más. Porque así era al principio, me quejé mucho del cambio de ambiente, de que me quitaron a los niños del todo, ya ni de lejos oigo sus ocurrencias, de que aquella paz no era para mí, que mi ciclo vital no estaba para esto todavía… Pero no, fíjate que no está nada mal. Me gusta visitar docentes, me gusta pensar que puedo establecer una relación de colaboración con ellos y quizá coordinar que nos reunamos todos y podamos compartir, que los más viejos nos enseñen y los más jóvenes nos ilustren. Me gusta mi trabajo nuevo.
Solo quiero que sepas que no te lo «arrebaté» por ansias de poder y gloria, que no creo que sepa más que nadie de nada. Creo, firmemente, en ayudar, en apoyar de alguna forma a mis compañeras y compañeros docentes, y de paso aliviar un poco de la carga de mis compañeros directivos.